viernes, 4 de enero de 2013

“¿Sabés tú lo que significan cinco níqueles?”


Rodal es cuidacoches en Hill Valley, California. Semanas atrás, juró haber visto desaparecer un auto y fue el hazmerreír de la ciudad. El autor de esta entrevista fue a visitarlo y alcanzó la verdad del mito: Rodal había estado cuidando el mismísimo DeLorean de Marty McFly. Y quedó enojado con la propina.

Es viernes al mediodía y el sol parece sonreír en Hill Valley. Desde su ostentosa posición tiñe de vivos colores los escalones del juzgado de la ciudad, donde el reloj en la torre le recuerda que debe brillar con esa intensidad al menos unas cinco horas más. El pasto está vestido del verde más elegante y ninguna nube se atreve a cortar el celeste profundo del cielo. Algún turista desprevenido podría asegurar que Hill Valley es feliz: casi no quedan rastros de la crisis de mediados de los 80, cuando la urbe entera, inducida por las privatizaciones de Biff Tannen, rozó las llamas del infierno y se sumió en la pobreza más exagerada, con el propio Tannen como dictador y emperador supremo.
“¿Sabes tú lo que significan para mí cinco níqueles, no?”, me repite Rodal. Parece estar un poco más indignado cuando suspira “cinco níqueles” una vez más. Lo cierto es que sí sé lo que significan para él cinco níqueles: nada. O mucho. Nada, porque jamás le alcanzará para beber los mismos licores con los que se emborrachan las altas esferas de Hill Valley; mucho, porque Rodal no tiene casi nada.
Rodal no cumple con los parámetros de lo que las agencias de viajes convinieron en definir como atracción turística. Es de mediana estatura, negro como el ébano, y de una piel curtida que hace errar por al menos veinte años a quien intente adivinar su edad. Vive en los suburbios de la ciudad, y él no logró ser alcanzado por los efectos de la mágica reestructuración política y económica de la metrópoli. Rodal tiene pocos dientes y barba entrecana. Rodal es cuidacoches. Rodal repite: “¿Sabes tú lo que significan para mí cinco níqueles, no?”.
¿Qué significan para ti cinco níqueles, Rodal?
—Pues nada. O mucho. Nada porque no me alcanza para embriagarme tan putamente como lo hacen todos; mucho porque no tengo ni para la puta comida de hoy.
—¿Hace cuánto vives aquí, Rodal?
—No lo sé. Desde que tengo memoria, aunque no recuerdo cuando empecé a tener la puta memoria. Todo es igual en este condado. Todos piensan que tienen la puta memoria.
¿No la tienen?
—Pero claro que no la tienen. Todos actúan aquí como si siempre hubieran tirado tocino al puto techo. Todos olvidan lo que era esta ciudad. Yo soy su puto recuerdo.
¿Cuánto llevas cuidando coches?
— No lo sé, supongo que unos diez o doce años. Desde que la gente estabilizó sus bolsillos y pudo volver a comprarse un puto carro. Pero hay gente que olvida, hermano. Olvida que veinte años atrás no podían alimentarse ni con sus propias heces. Ahora ves a alguien con un buen carro y apenas te echa unos peniques por cuidárselo. ¿Sabes tú lo que significan para mí cinco níqueles? Siento tanto odio que les patearía sus putos coches. Aunque claro, entonces mi trabajo no sería eficiente. Debería impedir mis propios golpes y autodespedirme si fracasara.

No es casual mi entrevista con Rodal: él fue el protagonista de un hecho que ocupó la primera plana de los diarios y que robó varios minutos en el prime time de los noticieros más vistos del país. Hoy ya no es la figurita difícil de días atrás: el vértigo de la televisión volvió efímero el suceso y Rodal fue el de siempre. Las noticias y la población volvieron a olvidarlo.
¿Cómo fue que desapareció aquel vehículo?
—No lo sé, hermano. Sólo avanzó. Tomó velocidad. Echó unos putos rayos al suelo y se esfumó mágicamente. Ya lo he dicho una y mil veces. No es mi culpa si no me creen.
Rodal, todos te han echado el mote de loco. Tienes ahora tu chance de contar la verdad. ¿Vas a decirme que ese hecho no afectó en lo más mínimo tu trabajo?
—¿Y a ti qué te parece? Imagina un cuidacoches al que le desaparece uno de sus carros. ¿Tú imaginas la mala publicidad que eso significa? ¿Tú se lo dejarías? ¿Tú tienes coche? ¿Tú sabes lo que significan para mí cinco níqueles?
Sí, lo sé. ¿Quién manejaba aquel automóvil?
—Lo conocen todos en Hill Valley. Debe ser del servicio técnico de la torre del reloj. Ha salido en la televisión reparándolo. Un hombrecillo con cara de adolescente, chaleco y unas tenis ridículas a su edad. Un verdadero fanfarrón, que de niño andaba en patineta todo el tiempo. Cinco níqueles fueron su propina. ¿Sabes tú lo que signi…
Espera Rodal. ¿Cómo era aquel vehículo?
—No lo sé, hombre, yo lo estaba cuidando pero de lejos. Sólo me acerqué a reclamar mi puta propina cuando vi que el hombre subía para irse. Era un armatoste gris. Abría sus puertas para arriba, eso sí. Sólo había uno así en Hill Valley y lo manejaba el científico de aquí. Ése sí era amable con la propina. Ha llegado a dejarme diez dólares por pocos minutos de puta atención. En cambio este diablillo me deja cinco míseros níqueles.
¿Qué hiciste cuando te dejó esos cinco níqueles?
—Le pregunté si él sabía lo que significaban para mí cinco níqueles.
¿Qué respondió?
— Nada. Sólo bajó las putas puertas y aceleró. Lo corrí, insultándolo a mil demonios. Creo que allí me vio por el retrovisor y aceleró más todavía. Y fue entonces.
¿Fue entonces qué?
—Fue entonces que se hicieron esas putas líneas de fuego en el piso y el carro desapareció por completo. La policía preguntó por el ruido y les conté qué había pasado. Que me habían dado sólo cinco níqueles de propina.

Rodal está enfadado. Rodal es el retrato marginal, el vivo recuerdo de lo que fue la pobreza en Hill Valley. Lo que le duele a Rodal no es el dinero o la falta de él. Es la falta de solidaridad de su pueblo. El exitismo. El disfrute en tiempos benévolos y el olvido de la lucha. Parece ser feliz Hill Valley. Pero es una felicidad hipócrita. 

martes, 14 de febrero de 2012

Sean Penn, Alicia Kirchner y el San Valentín que no fue


¿Por qué motivo el actor y director estadounidense visita nuestro país? ¿Qué razón lo vincula a la actual ministra de Desarrollo Social? ¿Por qué Berazategui? Aquí, las respuestas a estas preguntas y a muchas otras que no entraron en esta bajada.

El muy mentado Día de San Valentín, o Jornada de los Enamorados, despierta en nuestro país sensaciones encontradas. Mientras algunos piensan que es un invento capitalista destinado a promover ganancias en chocolaterías y florerías, otros piensan que es una mentira destinada a fomentar el consumo y acrecentar los ingresos de los albergues transitorios y las fábricas de preservativos. Quienes gozan de tener su media naranja, excusan la oportunidad para decirse cosas que se dicen todos los días después de insultarse. Aquellos que no encontraron aún su alma gemela, hinchan sus venas de rabia y melancolía para luego sumergirse en la depresión más líquida. Es el caso de Alicia, la hermana del difunto ex presidente de la Nación Néstor Kirchner y actual ministra de Desarrollo Social.

Alicia no supera que a principios de 2012, su ex marido haya empezado su relación con otra mina. En este caso, la Mina La Alumbrera, donde asumió como director a principios de mes. Pero decidió salir a flote de tanto golpe al corazón y abrió las puertas a un nuevo amor: el reconocido actor y director de cine Sean Penn, de 51 años.

Penn, de participaciones en películas de la talla de Carlito’s Way o dueño de papeles memorables como el de Sam Dawson en Mi nombre es Sam, escuchó por primera vez el nombre de Alicia Kirchner gracias a un amigo en común de ambos. En cierta ocasión, Sean Penn buscaba donaciones para abaratar el rodaje de una película que nunca llegó a la gran pantalla. Trataba del destino de las heces humanas y de cómo la Tierra un día podía llegar a taparse, explotar, desparramar excrementos en el universo y así fertilizar planetas sin vida mediante el buen abonado. Hablando de sus inquietudes con un amigo argentino, éste le propuso que llevara a cabo la producción del film en nuestras tierras, más precisamente en Berazategui, a donde, según un conocido refrán autóctono, viajan todas las miserias humanas.

El celestino le prometió que él mismo pediría donaciones al Ministerio de Desarrollo Social, pero el actor debía elegir un país ignoto del globo terráqueo y promocionarse con un título pomposo como “embajador itinerante” de esa nación. Penn eligió Haití y seis meses más tarde, el actor viajó a la localidad bonaerense, donde se encontró con la ministra Kirchner.

El amor fue a primera vista: Penn, golpeado por su breve pero fallido romance con Scarlett Johansson, encontró otra poesía rubia que ensalzara sus días. De belleza particular, creyó hallar en Alicia a la mujer perfecta, aunque a la postre ella demostraría ser una persona hosca y poco aprensiva a los defectos del actor estadounidense.
Kirchner, por su parte, tampoco reparó en los rumores que podrían llegar a sucederse por la diferencia de edad (ella es catorce años mayor que Penn) y también se entregó a los brazos de “Sam”.
Miradas encontradas primero, sonrisas cómplices después, parecieron años los minutos que pasaron hasta que Sean Penn y Alicia Kirchner pudieron conversar en soledad. Del alivio, pasaron al desastre.












Alicia siempre había pensado que la candidatura al Oscar por mejor actor de Penn por su papel en Mi nombre es Sam había sido justa, pero nunca se imaginó hasta qué punto: el actor babeaba descaradamente cada vez que intentaba hilvanar una incomprensible frase, tarareaba canciones de Los Beatles y se estrellaba con fuerza contra la frente los cucuruchos de helado donados por el ministerio.
La ministra intentó ser cordial, pero el coeficiente intelectual de Penn hizo que perdiera la paciencia. Amablemente, lo invitó a sentarse en una heladería, aunque luego reformuló la idea y llamó a su secretario para que le sacara al actor de encima.

Al cierre de esta edición, Penn se reunía con Cristina Kirchner.

viernes, 1 de abril de 2011

Novela de Folletín

Primera entrega

Estaba acodado en la barra del bar, acompañado por un whisky berreta y un cenicero cuya circunferencia estaba casi completa con las colillas de las últimas tres horas. El traje gris, arrugado y manchado de barro; la barba de varios días y el rostro grasiento no desentonaban del todo con el resto de los parroquianos. El ocasional chasquido de una bola de billar o los gritos de los muchachos que jugaban al truco en la mesa del fondo lo hacían saltar en el lugar. Tenía los nervios destrozados por el insomnio y el miedo.

Si hubiese estado más atento, se habría dado cuenta de que pasaban uno de sus temas favoritos de Coltrane en la radio, pero su mente estaba en otra parte. En la pendeja, en Matías y en el hombre de negro que lo seguía desde hace ya varios días.

El 38 le pesaba en el bolsillo del saco. Su escaso conocimiento sobre armas de fuego le impedía saber si, después del chapuzón, las balas todavía servían o si lo iban a dejar de garpe. Metió la mano como para asegurarse de que todavía estaba ahí y mientras lo empuñaba sentía como se iba calentando entre sus dedos. Esa sensación le dio cierta seguridad, aunque no la suficiente como para reaccionar cuando el hombre del traje negro entro por la puerta.