Primera entrega
Estaba acodado en la barra del bar, acompañado por un whisky berreta y un cenicero cuya circunferencia estaba casi completa con las colillas de las últimas tres horas. El traje gris, arrugado y manchado de barro; la barba de varios días y el rostro grasiento no desentonaban del todo con el resto de los parroquianos. El ocasional chasquido de una bola de billar o los gritos de los muchachos que jugaban al truco en la mesa del fondo lo hacían saltar en el lugar. Tenía los nervios destrozados por el insomnio y el miedo.
Si hubiese estado más atento, se habría dado cuenta de que pasaban uno de sus temas favoritos de Coltrane en la radio, pero su mente estaba en otra parte. En la pendeja, en Matías y en el hombre de negro que lo seguía desde hace ya varios días.
El 38 le pesaba en el bolsillo del saco. Su escaso conocimiento sobre armas de fuego le impedía saber si, después del chapuzón, las balas todavía servían o si lo iban a dejar de garpe. Metió la mano como para asegurarse de que todavía estaba ahí y mientras lo empuñaba sentía como se iba calentando entre sus dedos. Esa sensación le dio cierta seguridad, aunque no la suficiente como para reaccionar cuando el hombre del traje negro entro por la puerta.